Non suelo pensar en gallego. No es mi primera lengua, cierto, no lo niego. Pero si tengo la suerte de sentir que es también a mi lengua. y me gusta ser capaz de hablarla –mejor o peor-, leer y escribir en ella.Y no lo digo solo el Día das Letras Galegas, que también.
Todo esto es gracias, por ejemplo, a escucharla a alguien que nunca empleaba otra como era mi adorado "avó" (palabra normativa en gallego para "abuelo") –aunque esa palabra normativa probablemente no saliese nunca en la vida de sus labios-. Pero también es gracias a que tuve la oportunidad de estudiarla, no solo en la propia clase de gallego -bendito Coñecemento do Medio-, de leer libros en ella –porque no suena igual A lingua das bolboretas que La lengua de las mariposas- y de escucharla en los medios de comunicación –qué niño, por castellanohablante que fuese, no veía (y entendía!) Doraemon o Son Goku en el Xabarín Club en los 90-. Cosas, todas estas, que van a menos, que parecen estar en peligro. Como la propia lengua en si.
Manifestación en defensa del gallego en 2009 |
Porque estas sensaciones mías tengo la impresión de que hay mucha gente que no las comparte. O de que la que sí lo hace no es suficiente. Peor para ellos, y lo que es peor: peor para todos. Porque de repente escucho a ¿periodistas? de canales de ultraderecha insinuar que en las comunidades con una lengua propia tenemos mentes cerradas, que nos aislamos y solo nos afanamos en aprender el nuestro. Y escucho también menospreciar a la eurovisiva Lucía Pérez por acabar la actuación con un “moitas grazas” cuando, en mi opinión, fue lo mejor que hizo aquella noche. Y en el medio cerró Vieiros, y la edición en papel de A Nosa Terra, y proximamente la digital de Xornal, que es lo que me llevó e escribir estas líneas. Una pena.
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